Brotes

2 de enero de 2011

Retrospectiva

Justo antes de las campanadas, con una hilera de uvas gigantes esperándome sobre el mantel de la mesa, traté de formarme una idea global de lo que ha significado el 2010 en mi vida.

Lo primero que me vino a la cabeza fue lo mucho que he cambiado, no en la forma de ser, sino en la perspectiva, en la forma de ver.
De golpe y porrazo descubrí la maldad humana, (sí, ésa de la que hacen gala los villanos en las películas de superhéroes) cómo una persona puede querer joder a otra simplemente por joder, sin ganar nada a cambio. Maldad sin aditivos.
De repente el mundo, la humanidad, su rumbo y su destino me importan un pimiento. Ya no me importa nada más que mi bienestar y el de los míos.
Hace un año aún soñaba con cambiar el mundo, con el mismo entusiasmo que los protagonistas de aquella película, Noviembre. Al igual que ellos me he dado cuenta de que el mundo no se deja cambiar, y me atrevería a decir que el ser humano se ha autocondenado a la extinción, que ha traspasado los límites de la naturaleza jugando a intentar ser dioses, esquivando la Selección Natural.

Mi hermano dice que soy nihilista, pero me da la impresión de que ha simplificado demasiado los términos. No me gusta llamar a las cosas con nombres que sólo se aproximan a la realidad.

Después de todos los malos momentos de este año he llegado a la conclusión de que de cada golpe de la vida se puede sacar una gran lección, y aprenderla significa evitar el siguiente golpe que venga por ese lado.
Como solía decir un viejo amigo: "La vida, cruel pero eficiente maestra".

Ahora cuando miro al futuro veo infinidad de posibilidades, de variantes y, sobre todo, se intuyen montones de recovecos que explorar, investigar y perderme todo lo que quiera y más.

¿Conclusiones de la vista global del año? Esclarecedor.

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